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En Teología se llama así a la creencia de que la vida eterna consiste "en verte (conocerte) a Ti, solo Dios verdadero y a Jesucristo a quien tu has enviado” (Jn. 17. 3). Y se alude con esta expresión a la eterna contemplación de la infinita Belleza y Grandeza sublime que es la Divinidad.
La eterna actividad de los salvados, pues, sería la contemplación de Dios, la visión que producirá arrobamiento, entusiasmo y eterna felicidad. Esa visión de Dios, evidentemente, no se ajusta a un concepto físico y sensorial, ya que Dios es invisible, sino al encuentro intelectual, moral y espiritual, misterioso, con Dios.
Es la visión de Dios de la se habla con frecuencia en la Escritura y que se denomina también "Lumen Gloriae". Y es la causa de la felicidad total que cada uno, dentro de la plenitud e inmutabilidad, recibirá en la medida en que haya conseguido la gracia, el mérito de la salvación, por sus buenas obras en este mundo, mientras fue viador.
En el Antiguo Testamento hay determinadas referencias a ese conocimiento intuitivo de Dios. Se asocia a cierta plenitud caracterizada por una serie de bienes o regalos divinos:
- Dios tiene la plenitud del ser y hace participante de ella a la criatura.
- Es el Dios vivo por excelencia y comunica su vida a los elegidos.
- Se muestra a videntes y jura por su misma vida (43 veces) en ocasiones. Es apoyarse en su realidad sublime.
El hombre lo reconoce y acepta: "Me enseñarás el sendero de la vida" (Salm. 16. 10). Pero ese sendero es el que conduce a ver a Dios: "Los rectos verán su benigna faz" (Salm. 11.7).
En el Nuevo Testamento la vida eterna tiene también su dimensión de visión de Dios o de las grandezas reservadas para los suyos. A Dios "le veremos cara a cara" porque "ahora le vemos por medio de un espejo" (1 Cor. 13. 12). Será un visión como la que tienen los ángeles que "ven el rostro del Padre" (Mt. 18. 10). Y "Bienaventurados los limpios de corazón verán a Dios" (Mt. 5. 8). En este mundo no podemos llegar a ello por que "Aún no se ha manifestado lo que seremos... Pero seremos semejantes a El porque lo veremos tal cual es" (1 Jn. 3.2).
Esa visión es un misterio que no podemos entender desde mundo, pues no es análogo a nada de lo que nuestra mente realiza en nuestra situación actual,. Por eso decimos que es un misterio insondable. Santo tomás en la Summa Teológica intentaba explicarlo con estas palabras: "La esencia divina se une al entendimiento creado, actualizando por ella misma el entendimiento" (S Th. I q 12 a. 2). Pero no es posible ninguna explicación. Se trata de una verdad sublime, inimaginable, transformadora. Por eso acudimos a sospechar o imaginar una luz superior que llamamos luz de gloria (lumen gloriae) que eleva nuestra naturaleza para alcanzar esa visión. San Juan escribía "Verán su rostro y no tendrán necesidad de antorchas ni de luz del sol, porque el Señor Dios los alumbrará" (Apoc. 22.4). Y Pío XII en la Encíclica "Mystici Corporis" decía: "Por esta visión será posible, de una manera absolutamente inefable, contemplar al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo con los ojos de la mente, elevados por una luz superior; asistir de cerca por toda la eternidad a las procesiones de las divinas personas y ser bienaventurado con un gozo muy semejante al que hace bienaventurada a la Santa e indivia Trinidad".
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